Historias de voluntarios III
- elcisnenegro
- 4 oct 2020
- 1 Min. de lectura
Nos cuenta: Judith Rodríguez

Desde mi primer día en una protectora supe que no podría dejar de ir. Salí con un olor extraño, arañazos por medio cuerpo de los impetuosos saludos y una sonrisa enorme. Porque sarna con gusto no pica. Lluvia, frío, calor, tirones, olores, preocupaciones, lágrimas… Por otro lado, lametones, juegos, movimientos de cola, sonrisas (¡sí, sonríen!)… Lo que recibes en el rato que estás con cada peludo compensa cualquier aspecto negativo de la jornada.
Ya que no podemos sacarlos a todos de sus jaulas, intentemos darles todas las atenciones que podamos mientras estén allí. Porque ninguno tiene la culpa de haber acabado detrás de esas rejas que tanto odio ver delante de esas caras en las que los ojos lo dicen todo. Ojalá más personas los visitasen y se dieran cuenta de la tristeza que tienen que sentir a diario y de las consecuencias de la mala cabeza y los pocos escrúpulos de muchas personas. Y esto es extensible a todos los refugios, sean de los animales que sean. Mientras tanto, seguiremos volviendo a por nuestra terapia particular de lametazos.

En las fotos, con mi niño Fer y jugando con Jack, que nos cuida desde el arcoíris (y nos espera con unos cuantos cientos de pelotas, también, junto con mis otros bichines).
Judith
Voluntaria de El Cisne Negro
Estamos retomando nuestras Historias de Voluntarios, esta historia se escribió en el año 2013.
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